Se hizo famosa en televisión con el humor de sus personajes, pero dejó todo en pleno éxito para dedicarse a la música. Es experimental, diferente y hermosa.
26 de junio 2024, 05:43hs
Juana Molina, una de las artistas más extraordinarias de nuestro tiempo, está haciendo un tour por los Estados Unidos. Esta semana estará en Portland, Oregon y en San Francisco, California.
Su público local, cada vez más joven como ella misma observa, tal vez no conoce la prodigiosa belleza de su madre, la actriz Chunchuna Villafañe, aunque es posible que haya escuchado la peculiar dulzura con que su padre, Horacio Molina, cantaba tangos.
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Poco más de veinte años atrás Juana Molina adquirió una fama inmediata y vertiginosa cuando se dio a conocer en la televisión en un programa cómico llamado Juana y sus hermanas.
Sus personajes, todavía hoy, permanecen en la memoria colectiva del público porque no son fáciles de olvidar: la modelo de labios inflamados y risa tonta, la psicóloga con un asomo de bigote, la cosmiatra de color cobre, la sexy Lulú, la taimada japonesa dueña de un supermercado, Judith, una joven intelectual judía y muchos personajes más.
Tan divertido y moderno era el programa -una producción de Fernando Marín- que se produjo una especie de conmoción popular cuando Juana, durante una licencia que se tomó al nacer su hija Francisca, decidió abandonar el ciclo y a sus “hermanas” para dedicarse de lleno a lo que de verdad quería: la música.
Este gesto, en una artista instalada en un éxito indiscutido, muestra la garra y el coraje de alguien que tiene muy claro su propósito y se lanza a perseguirlo. Su primer álbum, Rara, lo produjo Gustavo Santaolalla con la discográfica MCA.
Era una época en que ella se presentaba en lugares como Million o Shams con un público devoto pero escaso. La gente seguía enfadada porque extrañaba su humor. Ella misma no se reconocía del todo en el estilo de su primer disco, no confiaba todavía en su propia voz.
Fue su segundo álbum, cuatro años más tarde, llamado con toda propiedad Segundo, donde asomó la verdadera naturaleza de lo que Juana Molina estaba buscando: combinó la guitarra acústica con teclados experimentales y toques electrónicos, sin estructuras convencionales, coros ni puentes.
A partir de ahí su carrera musical se disparó con un altísimo nivel de calidad y riesgo, con la generosidad del absoluto, con la participación de las nubes, con su intrépida versión del Martín Fierro y con filas de muchas cuadras de gente esperando para escucharla incluso en Japón.
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Además, con la colaboración de Alejandro Ros, uno de nuestros más grandes diseñadores para ocuparse de las carátulas de todos sus discos y las puestas de todas sus presentaciones, con su deliciosa y divertida presencia en Instagram. En fin, con ella misma.