Con Yuyo Noé se cierra una época, un espacio, un tiempo. Pintor rabioso, colorista impar, fue modelo y protagonista de los gloriosos años del Di Tella. El último mohicano de la Nueva Figuración, que dio vuelta la historia del arte argentino al recuperar para la pintura el lugar, que, a pesar de los cantos de sirena, nunca había perdido.
Con Jorge De la Vega, Ernesto Deira y Rómulo Macció reformularon desde el caballete un ideario estético con una explosiva y potente libertad creativa, siendo procedentes de canteras muy diversas. La vitalidad de Yuyo, reconocida y admirada, lo mantuvo vigente hasta ayer no más. Lo recuerdo en Rubbers del brazo de la galerista Mariana Povarché, rodeado de artistas consagrados y de jóvenes que encontraron en él la realidad de la pintura viva y el representante de un legado sin firma ni dueño.
En 2009, cuando representó a nuestro país en la Bienal de Venecia, llevó sus telas enormes y nuevas a los altos de la librería Mondadori, en el corazón de La Serenísima, a metros de la Plaza de San Marcos, donde actualmente está el showroom de Louis Vuitton. La Argentina no tenía pabellón propio, era el tiempo del peregrinaje. Llegó escoltado por Nora, su mujer, la madre de sus hijos Paula y Gaspar, reconocido cineasta que vive en París. Aquella fue la Bienal de Daniel Birnbaum, cuando descubrimos a un joven llamado Tomás Saraceno, que tensó un laberinto de cuerdas en el Padiglione, una maraña fotogénica que sería plataforma de lanzamiento para el éxito internacional del artista nacido en Tucumán.
Yuyo Noé ya era un pintor consagrado, con todos los premios ganados y muchos sueños cumplidos, pero era, también, el artista alerta en busca del orden en el caos, un oxímoron que lo definía de cuerpo entero.
El envío a Venecia se exhibió en el Museo Nacional de Bellas Artes y fue una segunda oportunidad para ver la obra con la perspectiva necesaria, para descubrir su trazo en los ramalazos de la pintura matérica que “peinaba” con unción. Sus pinturas siempre estuvieron vertebradas en el desplante personal, presente en sus textos y en el hallazgo de una manera personalísima de pintar como exigía Piero de la Francesca.
Su gran momento había llegado con la “Serie Federal”, que presentó en Bonino, en 1961, “una auténtica sorpresa pictórica -escribía López Anaya en LA NACION- debemos subrayarlo, proclamarlo y señalarlo con piedra blanca”. Así fue.
Con Yuyo se va un grande, un maestro de generaciones que seguía despertando pasiones y tenía su propia pléyade que lo seguía a sol y sombra. Triste noticia. Ha muerto un joven maestro de 91 años, cuya huella ya está inscripta en la historia del arte argentino.
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