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22 junio, 2025

Cristina y las rebanadas de la historia política

Si se emprendiera hoy una reconstrucción histórica del peronismo, la marcha de apoyo a Cristina Kirchner y el mensaje a sus seguidores desde su prisión domiciliaria aportarían una pieza clave para entender el movimiento fundado por Juan Perón hace ochenta años. A esa escena no le faltó ningún símbolo: la Plaza, el balcón, el pueblo fiel, el anhelo de otro 17 de Octubre, la oposición entre el líder y el poder económico, la proscripción, la cárcel, el “luche y vuelve” y el lugar de peregrinación para recibir instrucciones que permitan regresar al poder.

Liturgia y emblemas en torno a una líder querida y detestada a la que no puede alcanzar la justicia de los hombres, porque su epopeya se rige por otros valores y otras reglas. No es de este mundo. Según recoge la crónica periodística, un caminante llegado a su casa dijo, conmovido, “venimos a misa”; otra proclamó: “El odio a ella me hizo amarla”.

Esta simbología tiene un rasgo común: pertenece al pasado. Un pasado político, pero también cultural. Está construida, sin embargo, sobre un motivo potente de raíz religiosa y política, cuya vigencia no declina porque se nutre de la injusticia en el reparto de los bienes. El “pueblo paria”, integrado por la multitud de humillados por el opresor, es el leitmotiv de un relato que atraviesa los siglos, desde el Antiguo Testamento a la actualidad. Divide al mundo entre el bien y el mal, entre explotados y explotadores, entre elegidos y réprobos. Los países capitalistas avanzados, con su aparente racionalidad, parecían haber erradicado esta narración, pero ella persiste y reaparece como promesa de salvación para los marginados del sistema. En ese contexto, la tenacidad de liderazgos populares como el de Cristina actualiza la lúcida observación de Max Weber: al racionalismo no siempre le salen bien las cuentas.

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Esta realidad desnuda un malestar profundo de la sociedad con el poder. La política frustra y enoja, los flujos ininterrumpidos del capital financiero reparten riqueza y pobreza con enorme disparidad en milésimas de segundo; las grandes potencias arrasan naciones a las que consideran una amenaza para su integridad territorial; los medios de comunicación muestran y ocultan la realidad según intereses políticos y económicos; las redes sociales refuerzan la polarización ideológica; la IA genera consecuencias ambiguas, potencialmente explosivas: por un lado facilita progresos significativos en los más diversos campos, por el otro diezma las plantillas de las empresas, porque con muy pocos empleados se puede hacer el trabajo que antes hacían muchos; los gobiernos ejecutan severos recortes en los servicios estatales para equilibrar sus presupuestos. ¿Nuevas formas de evolución o nuevas formas de opresión? No está claro, aunque puede estimarse que el alimento para las odiseas redentoras sigue siendo abundante.

En este presente desesperante, Cristina, que dominó la política argentina durante dos décadas, está atravesando contrariada la última etapa de su historia como líder popular. Los años no pasan en vano. La neurosis, sea personal o política, posee un rasgo distintivo: se lleva mal con el tiempo, tiende a negarlo, prefiere repetirlo compulsivamente creyendo que siempre será posible regresar. Sin embargo, el mundo cambió y la jefa envejeció: es el otoño del patriarca, la primavera queda lejos y para entonces el peso de los años será demasiado. Los jóvenes que un día pusieron en ella sus esperanzas están en otra cosa, buscando oportunidades inciertas. Los atraviesa la angustia antes que la pasión militante: con menos posibilidades de las que dispusieron sus padres, tienen aspiraciones módicas, condicionadas por una perspectiva sombría: será muy difícil que puedan comprarse una casa y mantener un ingreso estable, tener hijos se volvió un lujo, progresar es una aspiración huidiza. En esas condiciones, parece improbable que los atraigan proyectos que remitan a un pasado que no vivieron ni les interesa.

El terreno político tampoco es propicio para la expresidenta. Cometió el mismo error de sus antecesores: obturar la sucesión. Lo hicieron Perón, Alfonsín y Menem. En el peronismo la opción sucesoria fue el lazo de sangre o el pueblo. Ese constituyó el recurso de Perón: que lo heredaran sus cónyuges que, sin embargo, le fallaron: una porque murió, la otra porque era incapaz. Entonces el pueblo se convirtió en el único heredero, dejando librada a una competencia errática e impredecible la sucesión fáctica, lo que permitió a los líderes emergentes hacer una interpretación libre del peronismo: Menem lo asimiló al neoliberalismo, los Kirchner a un montonerismo blando e hipócrita. Cristina pareciera repetir el comportamiento del fundador: su marido murió, Máximo está descartado porque no es apto; otros la traicionaron. Solo le queda el pueblo, al que le dirigió un mensaje cargado de emocionada impotencia en la plaza ante un 17 de Octubre frustrado. Permítasenos aquí una digresión: en su último libro, el medievalista francés Jacques Le Goff se preguntaba, con cierta ironía, si la historia puede cortarse en rebanadas. Resultaba lógica esa inquietud: la Edad Media, que era su pasión intelectual y el objeto de estudio de toda su vida, había quedado atrapada entre dos épocas prestigiosas: la Antigüedad clásica y el Renacimiento. ¿Era justa esa periodización, sabiendo que el Siglo de las Luces había convertido a la Edad Media en una Dark Age, menospreciando sus valores y sus logros? Le Goff sostuvo que en la historia hay más continuidades que rupturas, lo que le permitió postular la existencia de una larga Edad Media, concluida recién en el siglo XVIII, cuando sucedieron las grandes revoluciones.

Si se atiende a las continuidades antes que a las rupturas, tal vez la historia nacional y la del mundo no puedan cortarse en rebanadas. No obstante, debe aceptarse que tarde o temprano las rupturas ocurren. ¿Son los Trump y los Milei el quiebre que habilita el cambio de época? ¿Lo es la IA, con su prometida e irrevocable revolución que cambiará para siempre nuestra forma de vivir? ¿El ocaso de Cristina anuncia el fin de la Edad Media argentina para dar lugar al Renacimiento, como sus enemigos desearían?

No los sabemos.

Ahora, si ella en su caída se llevara una rebanada de la historia de este país, conviene evitar el ingenuo optimismo iluminista, que pretendió que todo lo anterior era oscuridad. Si cambian las épocas, pero las injusticas sociales y económicas perduran, las gestas que escenifican líderes como Cristina sobrevivirán, más allá de sus trampas e irracionalidades.

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