A esta altura habrá que acostumbrarse a que el Gobierno funciona en dos velocidades. Una es la que más se ve. Javier Milei no deja semana sin anunciar una medida -o dos, o tres- que le pone vértigo a la política y que sacude, en algunos casos, costumbres arraigadas hace décadas entre los dirigentes o instituciones que se sostienen en la propia Constitución Nacional.
A veces le alcanza con regalar un like o reproducir en las redes sociales algún meme ofensivo, un insulto o una crítica feroz a un diputado, un gobernador o incluso un funcionario propio para generar una tormenta que se replica durante días en los medios de comunicación. Con el pulgar deslizándose en la pantalla de su celular en una madrugada cualquiera, el Presidente consiguió en estos meses instalar discusiones que llevaban años dormidas o anticipar medidas que en otros gobiernos llevaban semanas de preparación.
En contraste con esa aceleración casi permanente, se amontonan centenares de designaciones de funcionarios en organismos determinantes para establecer políticas públicas muy importantes, lagunas de indecisión que dejan porciones muy grandes del presupuesto sin ejecutar, áreas de la administración que no se pusieron en marcha desde diciembre y decisiones que no se toman porque el responsable del área no logra que su jefe consiga chequear si el Presidente la aprueba.
A esas demoras hay que agregar las casi diarias noticias de renuncias y expulsiones de funcionarios que llevan apenas uno, dos o tres meses en sus cargos, y que se van a sus casas sin dar explicaciones convincentes sobre sus salidas.
En algunas ocasiones, como en el anuncio de la postulación de los dos candidatos a integrarse a la Corte, esas dos velocidades se combinan. El apuro de la Casa Rosada por mencionar los nombres de Ariel Lijo y Manuel García-Mansilla contrastó con la pereza del Gobierno en asegurarse los votos para que esas dos postulaciones avancen.
La propia Victoria Villarruel admitió que a ella nunca le avisaron que tendría que dedicarse a empujar esas candidaturas en el Senado. “Me enteré cuando lo vi en los medios”, dijo la vicepresidenta en la hipnótica entrevista que concedió a TN, un encuentro que parecía destinado a mostrar la buena relación que existe entre ella y Milei y que terminó siendo un muestrario de la larga cadena de diferencias que mantiene con el Presidente y con algunas de sus políticas más promocionadas.
¿Por qué se acumulan esas incoherencias? ¿Por qué los anuncios llegan como una inundación y enormes zonas de la administración avanzan por goteo? ¿Por qué una entrevista periodística con la vicepresidenta se convierte en una sucesión interminable de títulos sobre la interna oficialista de un Gobierno que acaba de cumplir sus primeros cien días?
Una explicación posible es que nadie -ni siquiera sus propios integrantes- sabe con certeza en qué sentido se mueve el Gobierno de Milei. Está muy claro que el Presidente puso al equilibrio fiscal como la medida con la que debe confrontarse cualquier decisión que se tomará en su gestión y también se puede decir que hizo eso para cortar la emisión monetaria y de ese modo bajar la inflación. También hay que admitir que Milei fue muy claro durante su campaña y que no mintió cuando prometió cortar gastos con una motosierra y bajar los ingresos de la población con una licuadora. Pero ahí se terminan las certezas.
Hoy es prácticamente imposible entender qué quiere hacer el Presidente con una economía sin inflación. ¿Tiene Milei en su cabeza lo que en algún momento de la historia argentina se llamó plan económico? Es verdad que si consigue bajar la inflación luego de décadas de fracasos en ese ámbito el Presidente podrá colgarse una medalla enorme que incluso puede ser determinante para las elecciones del año que viene. Pero también es lícito preguntarse sobre los costos para la sociedad y también para muy amplios sectores de la economía que implicará el remedio que está aplicando el Gobierno.
Incluso siendo muy optimistas y confiando en que a Milei le vaya bien con su objetivo principal, es difícil imaginar el día después de la baja de la inflación. En algún momento, el Presidente, o su equipo económico, al menos, tendrán que sentarse a decir cómo piensan estabilizar la economía o, más aún, en qué construcción política se apoyarán para hacerlo.