Carles Puigdemont (Amer, 1962) sabe como nadie que la vida en general, y la política en particular, pueden dar muchas carambolas. Está acostumbrada a ellas y, a pesar de haber quedado lejos del socialista Salvador Illa en las elecciones de este domingo, intentará una última jugada para recuperar la presidencia de la Generalitat: sus 7 escaños en el Congreso a cambio de que el PSC le abra paso.
La primera fue con 22 años, cuando una noche de niebla chocó contra un tráiler. El accidente no solo le cambió el aspecto, dejándole algunas cicatrices en el rostro, también la vida. Entonces estudiaba filología catalana y trabajaba a media jornada como corrector en ‘El Punt’. Después de cuatro meses de baja, necesitaba dinero para poder comprar un coche nuevo y dejó los estudios para ser periodista a jornada completa.
Una profesión que ejerció hasta su entrada en política activa en 2006. Llegando a ser redactor jefe del diario y fundador de la ACN, otra carambola le ubicó en las listas de CiU al Paralament para dar después el salto a la alcaldía de Girona. Consiguió la vara en 2011, tras cuatro años labrándose en la oposición.
La llamada de Mas
Pero la carambola más evidente le llegó con 53 años recién cumplidos, cuando recibió la llamada de Artur Mas para proponerle ser presidente de la Generalitat. Tuvo muy poco tiempo para decir que sí. Solo 15 minutos, en los que llamó a su íntimo amigo y principal escudero durante los seis años en Bélgica, Jami Matamala, para que se quedara con sus hijas.
Tampoco tuvo mucho más margen ahora, cuando Pere Aragonès decidió anticipar las elecciones. Su plan inicial era volver a presentarse a la Eurocámara, pero tras seis años y medio fuera de casa por su situación judicial y con la ley de amnistía a punto de caramelo, vio una rendija para intentar una última carambola.
Casado con la también periodista Marcela Tupor con quien tiene dos hijas adolescentes, Puigdemont planteó estas elecciones como una partida de póker. O ser restituido como president de la Generalitat o retirarse y tener una vida finalmente tranquila. Eso sí, en Cataluña. Una especie de win-win, aunque en su cabeza solo ha habido un discurso, el de su investidura como president. Y esto que ya fue candidato en 2017 y 2021 -aunque la candidata efectiva era Laura Borràs- y también se le resistió la victoria.
El quinto Beatle
Puigdemont no ha sido nunca un político al uso. Cuando Mas le señaló era poco conocido fuera de la ciudad, pero en el debate de investidura ya impregnó carácter. Tanto por su agilidad, como por su aspecto. Una media melena al estilo Beatles, que lucía con orgullo pese a haber sido reprobada siempre por su abuela, y que escondía su pasión por la música y su pasado como bajista del grupo Zènit, que creó con sus amigos.
Sus 18 meses al frente de la Generalitat fueron convulsos, pero aún lo fue más su final. En su inventario tiene un lugar especial el referéndum del 1 de octubre. No tanto los días posteriores. De ellos ha hecho autocrítica estos años fuera de España, en los que no ha podido despedirse ni de su padre, fallecido en 2019, ni de su madre, que traspasó esta campaña.
Durante este tiempo en Bélgica también adoptó un gato llamado Ninu. Y, a ritmo de ‘No Surrender’, lema extraído de una canción de Bruce Springstee que ha hecho fortuna entre los puigdemontistas, ha ido librando batallas judiciales. No todas han ido acompañadas de las palomitas de su abogado Gonzalo Boye, pero a pesar de haber sido encarcelado dos veces, ha evitado volver esposado.
Desde su posición de eurodiputado, se fue alejando del día a día del partido, hasta dejar todo cargo orgánico. Aunque nunca perdió el papel de líder ‘de facto’. Y así se demostró en la consulta sobre la ruptura del Govern, donde tuvo un papel determinante a pesar de que, públicamente, se limitó a hacer un retuit.
La carambola del 23J
Sin embargo, algo cambió tras las últimas elecciones generales, cuando otra carambola dejó la gobernabilidad de España en manos de Junts. Puigdemont volvió a coger las riendas y se empleó por completo en la negociación con el PSOE, a pesar de haber dedicado los últimos años a desdeñar el camino del diálogo de ERC.
Un giro de Junts en el que difícilmente le habría acompañado el electorado y una buena parte de su partido si no hubiera ido de la mano de la épica y aura de Puigdemont.
La misma épica y aura que el hijo de los pasteleros de Amer ha jugado para volver a liderar el bloque independentista. Finalmente, ha quedado lejos de ganar al socialista Salvador Illa, pero no está dispuesto a tirar la toalla y intentará una última carambola. Ser president a cambio de que el PSC facilite su investidura para que Sánchez siga en Moncloa. Como le salga, aún está por escribir.