La salida de un jefe de Gabinete, según lo pensó Raúl Alfonsín en la reforma constitucional de 1994, debe servir para quitarle presión a un Gobierno sin debilitar a un Presidente. En momentos de crisis, ese puesto, un remedo lejano del primer ministro de los países con régimen parlamentario, es el fusible que los gobiernos tienen a mano para hacer notar que están dispuestos a hacer un cambio importante y salir del problema caminando hacia adelante.
No será lo mismo en este caso. Nicolás Posse se va del Gobierno luego de dos semanas de operaciones internas y rumores que salieron, invariablemente, del triángulo que funciona como última instancia de casi todas las decisiones de la Casa Rosada: Javier Milei, Karina Milei y Santiago Caputo.
El viernes y el sábado, Posse intentó un último esfuerzo de resistencia. Habló con algunos periodistas y con empresarios para decirles que estaba siendo blanco de una «terrible operación» y que mantenía abiertos los canales de comunicación con Karina Milei y con el Presidente, a quien considera su amigo desde los años en que se confesaban sus dificultades en la gestión de la Corporación América. No le alcanzó: en esas conversaciones, Posse no consiguió elaborar una respuesta a la pregunta que le hicieron varios periodistas: «¿Por qué no lo defiende Javier Milei en público?».
La salida fue por la pelea interna y por eso no servirá para oxigenar el Gobierno, eso es cierto. Pero también es verdad que el reemplazo de Posse, Guillermo Francos, tiene un perfil muy diferente al de él. Francos es el ministro que, desde que fue mencionado como candidato al puesto, se dedicó a construir puentes con la casta política que tanto nombra y necesita Milei. Por eso mismo, su llegada obliga a hacer una pregunta: ¿qué será de él si no sale la Ley Bases?
Milei había dicho que los cambios se harían luego de una evaluación de sus resultados una vez votado el paquete de leyes en el Congreso, cuando se cumpliera el «primer hito» del Gobierno. Eso todavía no pasó, y la bala del cambio del jefe de Gabinete ya fue gastada. ¿Qué cambios se harán cuando esa evaluación presidencial termine?
Posse no consiguió hacer arrancar una gestión que todavía mantiene muy amplios sectores de la burocracia en hibernación. Empresas que quieren presentar planes de inversión se asombran cuando los ministros no los llaman para estimularlos, o cuando los expedientes se traban durante meses porque no aparece el funcionario designado para firmarlos. Tampoco pudo parar las peleas internas -él mismo terminó siendo víctima de una de ellas-, ni las renuncias casi semanales de funcionarios del Gabinete. ¿Hay que cargarle a Posse esos problemas o hay que considerarlos constitutivos de un Gobierno que se va armando y aprendiendo a armarse en tiempo real?
Desde hace meses, varios de los colegas de Posse le achacaban algo que en política se perdona poco. Karina Milei, Sandra Pettovello y alguna otra dirigente oficialista decían que Posse las espiaba. Él negaba esa acusación, pero admitía su interés por los vericuetos de los aparatos de la inteligencia. Tal vez por eso, pocos minutos después del comunicado oficial con la salida de Posse, el Gobierno hizo girar la salida de Silvestre Sívori, jefe de la Agencia Federal de Inteligencia y hombre del ministro caído en desgracia.
Francos llegará a la jefatura de Gabinete con la misma condición con que ingresó a Interior. «Yo voy a hablar con todos, Javier», le dijo al Presidente cuando le ofreció ese cargo. Ahora quedará obligado a hacer lo mismo: buscarle mayorías a un Gobierno que no las tiene.