Bajo el mismo humo del fuego que este miércoles incendiaba autos, bicicletas y la vergüenza de muchos dirigentes políticos, el en Senado aterrizaron dos carpetas tan abrasadoras como la incandescente ley Bases: son las correspondientes a los pliegos del juez Ariel Lijo y el académico Manuel García-Mansilla como candidatos oficiales a ocupar dos asientos en la Corte Suprema de Justicia.
No por anunciada la noticia es menos impactante: la postulación de ambos candidatos llega envuelta de una copiosa controversia respecto del actual juez federal, cuyos módicos pergaminos llegan muy chamuscados a la mesa de entradas de la Cámara Alta. Con una actuación en el polémico fuero federal porteño, Lijo enfrenta su destino con muchos más flancos débiles que su eventual compañero de aventuras.
A propósito: en un reciente encuentro organizado por una institución de la comunidad judía, los dos postulantes fueron sentados uno junto al otro, y allí se presentaron. No se conocían. Con gentileza y la admisión de que carece de los vitales contactos políticos del juez federal, García-Mansilla rompió el hielo con una broma: «yo soy tu salvavidas de plomo», le dijo a su compañero de pliego. Siempre sonriente, Lijo le contestó: «estoy haciendo lobby por los dos, a ver cuándo tomamos un café».
Es que según advirtió el gobierno, «son los dos o no es ninguno». Es decir que Lijo -muy cuestionado por organizaciones civiles y referentes judiciales por su supuesta morosidad para resolver las causas que instruye, su opaca situación económica y sus exiguos pergaminos académicos- debe agotar la batería de su teléfono para logar que también sea votado el actual decano de Derecho de la Universidad Austral.
Del mismo modo, García-Mansilla está llamado a cubrir con su capa intelectual el débil esqueleto de Lijo en ese ámbito, y a ofrecer su trayectoria más liberal-conservadora -del paladar presidencial- a cambio del sapo de quedar pegado a una figura cuestionada desde esas mismas filas intelectuales.
Objetado uno por sus aparentes debilidades morales y el otro por sus posiciones respecto de algunos temas -la oposición de García-Mansilla al aborto causa escozor en amplios sectores políticos, por ejemplo-, ambos candidatos comparten a su vez un talón de Aquiles: los dos son varones. Caramelo muy amargo para la casi mitad femenina del Senado, y no pocos varones que ven con espanto una Corte integrada por cinco hombres.
Esos y otros muchos argumentos recolectados por el ministerio de Justicia en el proceso de selección -que dicho sea de paso, no fueron atendidos y ni siquiera respondidos- ofrecen un edénico jardín de oportunidades para que la aguerrida oposición le clave una sonora derrota a Milei, votando en contra de sus postulantes y debilitando su agenda judicial.
Pero no todo es tan lineal. Ni transparente. El ensordecedor silencio de las bancadas peronista y radical en el Senado respecto de los candidatos para la Corte contrasta con los kilos de discursos, apariciones públicas, entrevistas y negociaciones bajo la mesa que causó el trasegado proyecto de la Ley Bases, sobre el cual se siguen acumulando discursos flamígeros.
¿Es que la oposición intransigente se va a perder la oportunidad de encoger aún más el paño político del presidente volteando su propuesta para la Corte? Aunque a la vista de los penosos hechos de este miércoles adentro y afuera del Congreso esa posibilidad suena extraterrestre, es más que probable que efectivamente ocurra.
Arropados en las supuestas «garantías» que un juez como Ariel Lijo podría brindar a los hipotéticos acusados por corrupción o cuestionados por algún negocio turbio -esas mismas que hoy complican al doctor ante la opinión pública, quizás más de lo merecido– los soldados de la casta podrían levantar sus manos alegremente para comprar ese seguro. ¿Será?
El espectáculo brindaría otro imperdible episodio del «principio de revelación» que tanto gusta citar el presidente Milei.