Alejandro Romay fue el zar de la televisión, pero también brilló en radio y en teatro. Tenía alma de líder y buen olfato para el éxito y, como él mismo decía, sus propuestas eran populares y nacionales. Referente inconfundible de la época de oro de nuestra televisión, creaba y producía ficciones y programas de entretenimientos como nadie. Pero no todo fue éxito en su camino, también vivió momentos difíciles, fue criticado, censurado y hasta le expropiaron Canal 9. Sin embargo, superó cada obstáculo, incluida su dura infancia en su Tucumán natal, y siguió peleando por lo que amaba.
Papá de Mirta, Omar, Diego y Viviana, Romay estuvo durante toda su vida al lado de su gran amor, Leonor Rosio, o Lita, como todos la llamaban. La conoció poco después de recalar en la gran ciudad. LA NACION habló con Omar Romay, quien rememoró a su padre con admiración y ternura, y con la misma pasión porque desde muy joven siguió sus pasos y produjo novelas como La extraña dama, Con alma de tango, Más allá del horizonte y tantas ficciones más. Desde hace más de dos décadas reside en Miami junto a su familia, estuvo al frente de Canal 41 durante muchos años y fundó señales televisivas también.
—¿Cuáles son los primeros recuerdos que tenés de tu padre?
—Cuando nací, en 1956, mi padre era locutor, pero ya en 1958 fue a Radio Libertad, que en ese momento era Radio Callao. Tengo fotografías de él en una habitación de casa donde tenía una discoteca muy bien armadita, con discos de tango fundamentalmente, que ordenaba por orquestas o por año. Y ahí preparaba sus programas de radio. Cuando Libertad funcionaba en el subsuelo de la Galería Güemes, el gran momento del año era el 31 de diciembre, cuando mamá preparaba una mesa larga en el auditorio, con sidra y pan dulce, y papá llamaba a través del micrófono a toda la gente sola en Buenos Aires para que venga a compartir la mesa.
—¿Y qué hacías cuando lo acompañabas?
—Mi trabajo, junto con el de mi hermana Mirta, era correr llevando mensajes para que papá los dijera al aire. Recuerdo también el conteo regresivo del Año Nuevo. Era muy emocionante porque estábamos con 200 personas que no conocíamos. Muy surrealista. Me acuerdo también de las transmisiones de las carreras de autos porque los relatores hablaban de algo que no veían y recibían la información a través de un avión monoplaza que sobrevolaba la zona y contaba la evolución de la carrera. Era pura imaginación que se transmitía con una emoción increíble; los relatores de esa época eran geniales. Siempre acompañé a papá y lo recuerdo en la cabina presentando discos y trasmitiendo mensajes o en actos. La radio tenía una magia absoluta. Fue una gran escuela para él y para todos los que pudimos compartir.
—¿Cómo era de entrecasa?
—Cuando no trabajaba, íbamos a la costanera los domingos, mamá preparaba sándwiches de milanesa, comíamos, nos mojábamos los pies en el río, mirábamos a los pescadores. Y esas eran nuestras vacaciones. O íbamos a los lagos de Palermo a andar en bote.
—Y cuando empezó a trabajar en la televisión ¿qué cambió?
—Ya con la televisión papá estaba siempre en el canal y nosotros lo acompañábamos, y mamá llevaba comida o cocinaba en el canal. Muchos fines de semana también iba por los barrios a presentar los radioteatros y así mostrar partes de los dramas de la ficción. También recuerdo las veces que transmitían desde el Hospital de Niños, por ejemplo, y llevaban a folcloristas y se hacían colectas y llevaban regalos. Nosotros íbamos con él y pasábamos la tarde ahí…
A fines de 1963, Alejandro Romay asumió como director general de Canal 9, convirtiéndose en su accionista mayoritario y cambiando su nombre a Canal 9 Libertad, con una programación de avanzada para la época. Llegó a posicionar la emisora en lo más alto y sus programas rompían el rating. “Canal 9 se licitó en 1959 y ganó un grupo de empresarios de medios. En ese entonces no había televisores así que no había tampoco publicidad y todos los esfuerzos que hacían estaban destinados al fracaso hasta que hubiera suficientes televisores”, remarca Omar.
—¿Con qué se encontró Romay cuando arrancó con Canal 9?
—Cuando papá llego a la televisión, los canales estaban quebrados. Entonces, lo que hicieron, prácticamente, fue regalarle la empresa a papá con la intención de liberarse de los pasivos. Yo tenía 7 años y me acuerdo que nos llamó y nos dijo que iba a asumir esa responsabilidad y que la vida de la familia iba a cambiar porque significaba un gran salto a nivel profesional e iba a requerir de él muchas horas. Sabíamos que se metía en algo complejo que era mucho más que la radio.
—¿Cómo fueron esos primeros años en un medio que no conocía bien todavía?
—Lo primero que hizo fueron programas de larga duración los fines de semana, como Sábados continuados, que originalmente condujo Antonio Carrizo y competía con Sábados circulares de Mancera, en Canal 13. Se hacía en el Estudio 1, que daba a la calle Salguero. Y también Feliz domingo que se llamaba Domingos de la ciudad y lo animaba Pepe Arias y después Orlando Marconi. Me acuerdo que cuando construyó el estudio 9 hizo una pecera desde la cual se podía ver lo que ocurría en el set. Después llegó Sábados de la bondad con Héctor Coire y era un desfilar de figuras enorme porque las instituciones benéficas traían a muchas figuras, desde Cantinflas hasta Pelé; venían de todo el mundo para participar y fue muy exitoso. Con ese programa papá empezó a hacerle ruido a Mancera porque hasta ahí era una pelea cuesta arriba. Y estaba El club del clan, desde la mañana.
—Tanta era la pasión por su trabajo que se la transmitió a todos sus hijos, que siguieron sus pasos en diferentes áreas del medio. ¿Cómo fue tu camino?
—Tenía la costumbre de conversar mucho con nosotros durante la cena. Y hablábamos de televisión. Yo veía mucha tele cuando volvía de la escuela así que para la noche había visto todo, y hablábamos de Simplemente María con Irma Roy, Frente a la facultad con Virginia Lago y Leonor Manso, Muchacha italiana viene casarse con Rodolfo Ranni y Alejandro Da Passano, o El amor tiene cara de mujer. A los 11 años participé de Jacinta Pichimahuida cuando estaba Evangelina Salazar. Fui el alumno Fiorentino y cuando dejé de hacerlo me sucedió Pablo Codevilla. Y detrás de cámara trabajé en el noticiero, juntando hojas de papel en blanco con papel carbónico; se llamaba hacer empanadas. O recortaba telex y se los pasaba a los redactores. O ayudaba con la correspondencia. También hice iluminación y sonido, en las notas en la vía pública, acompañando al periodista y el camarógrafo.
Alejandro Argentino Saúl Ben Mahor, más conocido como Alejandro Romay, nació el 20 de enero de 1927 en San Miguel de Tucumán. Creció en una familia muy humilde, junto a siete hermanos que salían a buscar el pan de cada día. Trabajó en varios ingenios desde muy chico y descubrió su vocación de locutor en la escuela y de pura casualidad, cuando imitaba transmisiones deportivas para divertir a sus compañeros.
“Mi padre me llamó Argentino por el país que nos dio cobijo. Mi apellido era Ben Mahor, que significa ‘hijo mayor’. Mi abuelo se llamaba Saúl Ben Mahor e, indudablemente, al empleado de inmigraciones le fue más sencillo tomar el ‘Saúl’ como apellido. El Romay nació de invertir el ‘Mahor’ original o, mejor dicho, su significado. Así mayor mutó en Romay”, contó alguna vez el propio Romay, que estuvo al frente de Canal 9 en dos épocas diferentes: de 1963 a 1974, cuando las emisoras privadas fueron expropiadas y pasaron a manos del Estado, y luego volvió en 1984, con la democracia, hasta 1997 cuando la emisora se vendió al grupo Prime de Australia. En la primera etapa en blanco y negro se emitieron exitosas telenovelas como Simplemente María y Cuarto hombres para Eva, el musical Grandes valores del Tango, el ciclo solidario Sábados de la bondad, el humorístico La peluquería de Don Mateo de Gerardo Sofovich y el prestigioso unitario Alta Comedia. Y en la segunda etapa nacieron Venganza de mujer, con Luisa Kuliok que luego estelarizó La extraña dama, Ricos y Famosos, Inconquistable corazón, Por siempre mujercitas, La hermana mayor, entre otras.
—En 1974 tu papá perdió el canal y se fueron a Puerto Rico, ¿cómo fueron esos años?
—Papá compró dos radios en Puerto Rico, una AM y una FM. Viajábamos, pero nunca vivimos ahí. Otras veces él viajaba solo, pero nunca se quedó más de un mes, de corrido. Iba y venía y acá también trabajaba. En 1972 tuvo la ilusión de sacar un diario a color que se iba a llamar Libertad; hizo un acuerdo con un empresario gráfico que tenía la guía de la industria y una imprenta en Barracas.
—Digamos que no se quedó quieto nunca…
—No, también producía teatro en ese momento y en 1973 le quemaron El Argentino, y en 1982, El Nacional. Estaba activo en el teatro, en la industria editorial y fuera de la televisión…
—¿Qué pasó después?
—Estuvo en juicio contra el gobierno federal por la devolución o el pago del canal; fue un juicio de expropiación inverso que se inició en 1974. Finalmente pagaron en los 80.
Romay fue el creador de los famosos almuerzos de Mirtha Legrand, todavía al aire, luego de casi 60 años. Don Alejandro decidió terminar con un programa que hacía Silvio Soldán y se llamaba Estudiantes, por bajo rating, y se le ocurrió que Mirtha Legrand podía ocupar ese espacio.
“Fui a participar de un concurso que hacía Héctor Coire para los hospitales en Sábados de la bondad, y cuando terminé Romay me mandó a llamar y me propuso hacer un programa que se llamaría Almorzando con las estrellas. Nunca se había comido en televisión y le respondí que no se podía comer y hablar. Él me dijo que sí, y que quería que los invitados fueran doce. Le dije que eran demasiados, que no se podía manejar tanta gente al aire. Lo conversamos y firmé contrato. El debut fue el 3 de junio de 1968 y los invitados fueron Daniel Tinayre, Beatriz Guido, Duilio Marzio y Leopoldo Torre Nilson. Había pollo y me acuerdo que el mozo me sirvió una pata y Daniel le dijo que me gustaba la pechuga. Fue todo muy natural, como si estuviéramos en casa”, detalló Mirtha Legrand en uno de sus programas.
El zar de la televisión descubrió a muchos artistas y una de ellas fue Natalia Oreiro, a quien le dio su primera oportunidad con apenas 16 años: “Fui como una nieta, me perdonaba todo, aunque, si me tenía que parar el carro, lo hacía. Yo recorría el largo pasillo del nuevo edificio de la calle Dorrego haciendo una medialuna y así entraba a su despacho. Era una inconsciente, porque como venía de Uruguay no conocía tanto su enorme trayectoria, lo que significaba su nombre”.
Y suma a LA NACION: “Había llegado hacía tres años de Uruguay y me dieron la oportunidad de protagonizar Ricos y famosos con Diego Ramos. No lo esperaba. Fue un protagónico total, y cuando me lo dijo hice vueltas de carnero en su oficina. Fue una superproducción con decorados imponentes y hasta se usaron helicópteros. Un día le dije ‘hace tres años que estoy en Buenos Aires, necesito vacaciones’. Por suerte no paraba, pero tampoco tenía días libres. Entonces me dijo: ‘Vos grabá esta novela porque es tu momento, pero elegí un lugar en el mundo que quieras conocer y nos vamos a grabar ahí’. A los seis meses le golpeé la puerta y le pregunté si se acordaba. Efectivamente se acordaba, le dije que quería ir a Cuba y fuimos a esa locación a filmar las escenas del casamiento. Fue precioso”.
Su hija Mirta Romay, dueña de la plataforma Teatrix, también lo recuerda con amor: “Teníamos una relación de complicidad muy fuerte. Cuando se enfermó, yo estaba sin pareja y mis hijos estaban grandes y tenían sus familias, y entretenerlo a papá charlando sobre proyectos era lo que nos unía y lo que lo mantenía atento, despierto y conectado con el afuera. Fue una marca muy grande para mí”.
“Compartimos con mucha pasión esa adrenalina de los comienzos de un proyecto, cuando te abismas a un mundo que vas a ir aprendiendo de a poco. Tenemos en común el ser generadores de cosas. El hacer estuvo siempre en nuestras conversaciones, una modalidad que yo sigo reproduciendo hoy. Él solía contarme sus proyectos y yo le contaba los míos. Nos divertía… Otro recuerdo fuerte fue la creación de Por siempre mujercitas. Habíamos ido al cine a ver la película Mujercitas y lo vi imaginar una novela, reunirse con autores y participé de todo ese proceso”, señala.
Y sumó: “Cuando se licitaron los medios, en la época de (Carlos) Menem y las corporaciones de medios pudieron acceder a tener un canal de televisión, papá vaticinó que la televisión se moría porque dejaba de ser un negocio genuino. Terminaba la era de los de los Romay, los Goar Mestre. Fue un negocio importante, una usina permanente de creación de figuras, textos, grandes producciones. Después el negocio cambió”.
El zar de la televisión, que dejó su huella en los medios y en nuestra memoria, murió a los 88 años, el 25 de junio de 2015.