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13 agosto, 2025

Alien: Earth lleva la saga iniciada por Ridley Scott a lugares nuevos e inesperados

Alien: Earth (Idem. EEUU, 2025). Creador: Noah Hawley. Dirección: Noah Hawley, Dana Gonzalez. Guion: Noah Hawley. Fotografía: Colin Watkinson. Música: Jeff Russo. Elenco: Sydney Chandler, Timothy Olyphant, Alex Lawther, Samuel Blenkin, Essie Davies, Kit Young y Babou Ceesay. Emitida por Disney+. Nuestra opinión: muy buena.

En los siete largometrajes que hasta ahora formaban la franquicia iniciada en Alien (Ridley Scott, 1979), cada una de las heroicas protagonistas -esta es una saga enteramente conjugada en femenino– se las arregló para mantener a las monstruosas criaturas de los títulos convenientemente en el espacio. Con el actual traspaso de la historia del cine a la televisión, los “xenomorfos”, tal como se llama a los aliens en los films, finalmente logran ingresar a nuestro planeta. Alien: Earth, la serie de ocho episodios -con la inocultable voluntad de continuar en nuevas temporadas- que estrenó esta semana Disney+, capitaneada por Noah Hawley (Fargo, Legion), desarrolla esa premisa pero, sobre todo, expande las coordenadas de este universo tanto en direcciones esenciales que últimamente venían relegadas, como otras nuevas e inesperadas.

De lo nuevo e inesperado no se hablará mucho para no perturbar a los spoilerfóbicos. Solo se dirá que el relato se inicia con dos líneas narrativas. En una de ellas, el carguero espacial USCSS Maginot, perteneciente a la todopoderosa corporación Weyland-Yutani, sufre un destino similar al del carguero USCSS Nostromo del primer film: en los primeros minutos de la serie, que citan abiertamente a la película de Scott, un xenomorfo diezma a la tripulación y provoca la destrucción de la nave. El carguero entra en curso de colisión con la Tierra y se estrella contra un rascacielos de Tailandia, que es una propiedad de Prodigy Corp -el país, no solo el edificio-. La catástrofe libera al letal alienígena y también a otros extraños organismos recolectados en el espacio profundo. Esta es una de las diferencias más notorias con la saga cinematográfica: los extraterrestres aquí pertenecen a más de una especie.

Boy Kavalier (Samuel Blenkin) es el villano de esta historiagentileza Disney+

La otra línea narrativa sigue a los terrícolas que no son enteramente humanos. Como en Blade Runner (también de Ridley Scott, 1982), un cartel al comienzo explica cuáles son las formas de vida transhumanas de esta narrativa: existen los cyborgs, personas aumentadas con componentes mecánicos; los sintéticos, inteligencias artificiales que habitan en cuerpos manufacturados (tales como eran Ash, Bishop o David en los films y que creaban un vínculo entre esta historia y los replicantes de Blade Runner) y, finalmente, la nueva invención que podría garantizar la inmortalidad a quien pueda pagarla, los híbridos, cuerpos sintéticos que recibieron la transferencia de una conciencia humana. Esta es una tecnología experimental imaginada por Boy Kavalier (Samuel Blenkin), el dueño de Prodigy y primer trillonario adolescente de la historia, un niño genio que está obsesionado con Peter Pan. Sus híbridos, de hecho, llevan los mismos nombres de los “niños perdidos” de la novela de J.M. Barrie, cuyo deseo de no crecer jamás se refleja en una limitación de la tecnología: solo las conciencias de niños pueden ser transferidas a los cuerpos robóticos que, como tales, nunca envejecen y por ello son creados en su forma adulta -además de con capacidades físicas que sobrepasan las de los humanos normales-. Marcy, una nena con una enfermedad terminal, es la primera en ser transferida a un híbrido adulto que recibe el nombre de Wendy (Sydney Chandler) y es la protagonista de la serie.

Sydney Chandler, en la piel de Wendy, es la protagonista de la serie gentileza Disney+

Ambas líneas narrativas se encuentran cuando Boy Kavalier decide enviar a sus “niños perdidos” al sitio del accidente para investigar y extraer cualquier secreto que pueda obtener de la nave de la corporación competidora. Los híbridos, recientemente creados, inexpertos e inconscientes de sus habilidades, están al cuidado de Kirsh (Timothy Olyphant), un sintético tan ambiguo moralmente como cualquiera de sus homólogos en los films. Cuando descubren que los restos del carguero espacial están plagados de organismos extraterrestres desconocidos, Boy Kavalier ordena apropiarse de ellos como sea.

Timothy Olyphant en la piel de KirshPatrick Brown – gentileza Disney+

Tal como los espectadores de cualquiera de los films saben a la perfección, el intento de retener a un xenomorfo para estudiarlo y explotarlo comercialmente no es la mejor idea del mundo y no termina bien. El showrunner Hawley, inteligentemente, no se detiene demasiado en este planteo que ya vimos desarrollado en siete películas, sino que decide explorar otros aspectos de este universo.

Si hubiera que definir un tema principal para esta saga se podría decir que es la formación de una familia. Aunque en el clásico original, el monstruo es presentado como una bestia que es pura agresión, su finalidad no es la destrucción inmediata de sus víctimas, sino utilizarlas como vehículo para su descendencia. La segunda película, Aliens, potencia aún más el tema familiar, dado que la protagonista Ripley (Sigourney Weaver) adopta a una niña huérfana, la última sobreviviente de una colonia atacada por los xenomorfos. Aquí descubrimos el linaje de los alienígenas: todos descienden de una misma reina, como en una colmena. El enfrentamiento central del film ocurre entre dos madres y dos tipos de familia: Ripley protege a su hija adoptiva y la reina defiende a su propia progenie.

El tema de la construcción de parentescos que ordena todas las películas aparece reiteradamente aquí: los “niños perdidos” son una familia política cuyos miembros, a la vez, buscan recuperar el contacto con sus familias biológicas; una de ellos, a pesar de que tiene un cuerpo robótico, se convence, tras un encuentro traumático, de que está embarazada y va a tener una beba; los científicos creadores de los híbridos son un matrimonio sin hijos que asumen una maternidad sustituta; la motivación fundamental de la posthumana Wendy es sostener su vínculo con su hermano humano. Y así se podría seguir.

Esta idea de generar familiaridades heterogéneas, afinidades híbridas entre aquello que no es naturalmente afín, permite imaginar novedosas posibilidades de vida, ya sean nuevos tipos de monstruos o nuevas utopías, nuevas formas de resistencia en el vínculo con diferentes. Hawley capta a la perfección esta potencia de la saga y, siendo fiel a ella, logra reinventarla. Esto no quiere decir que cada cosa aquí funcione a la perfección; los más detallistas seguramente verificarán algunas discontinuidades entre esta precuela y los relatos posteriores en la cronología. Nada de esto daña seriamente la intervención de Hawley en esta poderosa mitología contemporánea. Esta es su mejor versión desde la secuela dirigida por James Cameron en 1986.

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