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21 junio, 2025

La libertad avanza… hacia 2001

Ciertas ironías de la historia argentina son tan previsibles que deberían venir con subtítulos. En 2023, se nos presentó un nuevo Mesías libertario -con peluca revolucionaria, motosierra en mano y el verbo encendido- prometiendo limpiar décadas de desmanejo estatal, corrupción política y estancamiento estructural. Y, sin embargo, apenas unos meses después, el resultado empieza a parecerse mucho a un déjà vu de alta definición. La libertad avanza, sí… pero hacia el abismo de 2001.

No es una metáfora, es una descripción bastante literal. Las recetas que Milei presenta como una ruptura radical no son más que una reversión brutalmente ortodoxa del manual de ajuste que terminó en tragedia hace veinticuatro años. ¿Reforma laboral en clave flexibilizadora? Check. ¿Achicamiento brutal del Estado sin red social? Check. ¿Dólar planchado a fuerza de deuda en dólares con vencimientos cortos? Check. ¿Reducción drástica del gasto sin aumento de ingresos genuinos? Check. ¿Ajuste fiscal “exitoso” sostenido por licuación del poder adquisitivo y licuación de jubilaciones? También.

El plan Milei-Caputo se vende como liberalismo moderno, pero funciona como neoligarcapitalismo de los ’90, con menos carisma y más Excel. La motosierra no corta privilegios sino transferencias sociales, subsidios energéticos y capacidad operativa del Estado. A la par, florecen los negocios financieros para amigos cercanos, fondos oportunistas y banqueros que celebran cada bono con un brindis (en inglés, claro).

La estrategia monetaria no es novedosa, se trata de usar la deuda como ancla nominal. En criollo, hipotecar el futuro para que el presente no explote. Exactamente lo que hizo Domingo Cavallo en 2001, con el mismo resultado: caída del consumo, parálisis productiva, tensión social y… ¿sorpresa? Riesgo de default.

Y si en 2001 el símbolo del colapso fue la convertibilidad, en 2025 lo es el dólar financiero intervenido por deuda a tasas usurarias. A eso le llaman “consenso del mercado”. Aunque claro, los que festejan la supuesta baja de inflación lo hacen desde el microcentro, no desde José C. Paz.

Pero no todo es repetición, Milei le suma un elemento nuevo. La posverdad como política de Estado. Mientras los datos duelen, el presidente ofrece monólogos de TikTok. Discute con periodistas, insulta a los organismos multilaterales si no lo aplauden lo suficiente y se enorgullece de haber “eliminado la obra pública”, como si eso fuera sinónimo de eficiencia y no de abandono.

La “libertad” que avanza es una en la que los poderosos son más libres que nunca, y los demás tienen la libertad de aguantarse. Como diría algún poeta libertario de la escuela de Chicago: “La libertad es la de morirse de hambre sin que el Estado lo impida”.

En síntesis, no estamos viendo un modelo nuevo. Estamos reviviendo un clásico, con la diferencia de que esta vez el guión se presenta como vanguardia antisistema. Pero ya conocemos el final. Porque si algo nos enseñó el 2001 es que la licuación del Estado no trae estabilidad, sino una bomba de tiempo social. Y cuando explota, no hay motosierra ni mercado que la contenga.

La pregunta no es si este camino lleva al desastre. La pregunta es cuánto va a costarnos este remake para que algunos reconozcan que, en política económica, la libertad no siempre avanza, a veces retrocede con ruido de cacerolas.

* Director de Fundación Esperanza.

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