«¿Para qué queremos el título de graduación? ¿Es un deseo nuestro o era el de él?». La carrera, estudiar y recibirse de ingeniero formaban parte de su proyecto de vida, una vida que, a partir de los 19 años, encaró con entereza, serenidad y hasta con un humor encomiables, a pesar de cargar con una bomba de tiempo en la cabeza, que ponía en jaque su día a día. Pero el amor incondicional de su familia y ese inclaudicable afán por la facultad fueron el sostén, los que lo mantuvieron feliz durante seis años.
En 2015, cuando aún no tenía veinte años, a Ian Epstein le diagnosticaron glioblastoma multiforme, un tumor cerebral grave, que en el 95 por ciento de los casos el paciente fallece -promedio- a los doce meses, y apenas un 5 por ciento puede alcanzar una sobrevida de cinco años. Ian no sólo convivió hidalgo con la enfermedad durante siete años, sino que en más de seis desarrolló una vida tan plena como realizada, en la que fue cuidado, mimado y amado.
En julio de 2015 fue operado, le extrajeron el tumor y empezó un tratamiento de quimioterapia y radioterapia que se extendió por un par de meses. Pero el tumor volvió aún más agresivo y esa bomba de tiempo no pudo desactivarse. Sereno, estoico y con un optimismo que contagiaba a un entorno devastado, se sometió a una nueva intervención en septiembre de ese año. «Con una sonrisa tranquilizadora y sus pulgares para arriba lograba descomprimir la situación», cuentan Melina Huerin y Eduardo Epstein, sus padres: la intervención resultó exitosa y a partir de allí, de manera paulatina la salud de Ian empezaba a encarrilarse.
Resonancias magnéticas estrictas, primero cada tres meses y años más tarde cada seis no daban señales de esa bola de fuego en el cerebro, que hubiera alterado a cualquier mortal, pero no a este joven superhombre. «Nunca, ni al comienzo ni al final, se planteó lo que nos hubiera sucedido a todos los terrenales: ‘¿Me voy a morir? ¿Cuánto tiempo me queda?’. Nada, cero… «, cuenta amorosa Melina a Clarín. «Yo le preguntaba: ‘Iancho -así lo llamaban-, ¿tenés miedo de que pueda volver el tumor?’ ‘Ma, miedo me dan los finales que tengo que rendir en la semana’», respondía con soltura el estudiante de ingeniería de la UBA.
Siempre con un norte estaba Ian, organizado, detallista y esquemático tanto en su estudio como en la gestión y administración de su variopinta medicación. «En la primera neurocirugía se llevó al hospital un libro de física porque a los pocos días tenía un parcial y en la segunda un tablero que luego utilizaría para probar su vista, que -sabíamos- tendría un mínimo inconveniente tras esa intervención. Recuerdo que ya operado, agarró el tablero, estaba un poco enojado porque no podía ver de reojo, pero minutos después, fiel a su resiliencia, dijo: ‘Igual puedo, se banca’», recuerda emocionado papá Eduardo.
Día D. El 6 de junio de 2022 Ian Epstein defendió exitosamente su tesis y se recibió de ingeniero industrial. Aquí festejando con su familia.Ian amaba a su familia en el sentido más amplio de la palabra. «Familiy is first» era su leit-motiv. Madre, padre y dos hermanos, los cuatro médicos, constituían su mayor tesoro. Confiaba y delegaba en ellos, «son los que más me quieren y los que mejor me cuidan», solía decir. Marina Huerin, cardióloga, y Eduardo Epstein, clínico, se conocieron en la residencia del Hospital Italiano y, flechados por un amor a prueba de catástrofes, construyeron una pareja indestructible. Verlos y escucharlos con una templanza envidiable ayuda -y cómo- a priorizar lo importante de la vida.
«Como padres de Ian, desde luego, pero como profesionales de la medicina estuvimos al pie del cañón para todo lo que necesitara nuestro hijo. Gracias a nuestra trayectoria y a los contactos que nos dio la profesión, pudimos reaccionar rápido», cuentan desde su instituto cardiológico de zona norte. Sin saberlo a ciencia cierta, quizás en la inmediata atención radiquen los saludables años que pasó el joven Epstein con su enfermedad a cuestas.
Médicos de roble. Mamá Melina papá Eduardo no aflojaron un instante y no se despegaron de Ian en los siete años que su hijo peleó como un león contra la enfermedad.Todo iba llamativamente sobre ruedas. Llamativamente porque Melina y Eduardo, médicos, sabían de la gravedad de ese tumor que se había esfumado durante seis años, período en el que Ian no sólo se quemó las barbas estudiando, sino que pudo viajar, practicar deportes y hasta decidió embarcarse en una dieta cetogénica, basada en un estricto plan de alimentación bajo en carbohidratos y rico en grasas, con muchos beneficios para su salud.
Cuando nadie se lo esperaba, a fines de 2021 el tumor retornó en otra área del cerebro: estaba desperdigado y se volvió inmanejable. «Un 22 de noviembre habíamos ido a jugar un partido de fútbol en Los Polvorines, éramos rivales -repasa con una sonrisa emotiva el padre- y en un momento me dijo: ‘Viejo, algo no anda bien. Me caí un par de veces, perdí el equilibrio y me parece raro’. Yo lo veía bien, pero él, tan perceptivo, sentía algo que no encajaba». Adelantaron la fecha de una resonancia y tres días después el panorama era desolador.
«La unidad hace la fuerza». Los Epstein, a pleno, cuando todo era felicidad. Los papás Eduardo y Melina, y los tres varones Ian, Teo y Lucas. Dueño de una voluntad y ánimo inquebrantables, como solía hacer, volvió a levantar sus pulgares antes de la tercera operación, en diciembre de 2021, que fue en Fleni. «No perdía el optimismo y pese al mazazo, él estaba para aguantar la que se viniera», repasa el matrimonio Epstein. «Los que estábamos aplastados éramos nosotros, que manteníamos la esperanza y creíamos en el milagro por los seis años que había tenido, pero además porque Ian no se desmoronó, al contrario, volvió a dar pelea, una pelea desigual contra un tanque… Pero Ian era otro tanque. No recuerdo nunca que se quejara, siempre tan discreto y con un empuje encomiable», comparte Melina.
Después de la tercera cirugía, ya casi nada funcionaba, las drogas no surtían el efecto deseado y las segundas opiniones en el exterior minimizaban las chances. Ian empezó con consecuencias neurológicas y motrices. Pasó Navidad y Año Nuevo de 2021 internado, siempre rodeado de amor. Fiel a su ADN y a ese levantarse una y otra vez más allá de las golpazos, se mentalizó para preparar y defender su tesis sobre movilidad eléctrica… qué paradoja. «El desafío de Ian en la vida no era curarse, sino llegar a ser ingeniero», exclaman Eduardo y Melina.
Los varones Epstein, de festejo. Escena que se repetía en Fleni cuando las resonancia magnéticas no daban señales del tumor.Le dieron fecha para su tesis y, creer o reventar, le tocó el 6 de junio de 2022, justo el día del ingeniero. «Teníamos miedo de que por su estado no llegara a ese día, pero nuestro hijo increíble nos volvió a sorprender… Eligió su pantalón, su camisa y se sentó en el escritorio de su cuarto. Cerró la puerta y pidió que no entrara nadie. Habían pasado como tres horas y no teníamos noticias, por lo que cerca de las seis de la tarde nos acercamos para intentar escuchar algo y nada, temíamos que le pasara algo, muchas emociones juntas eran…».
No pudieron con su genio y sus padres Melina y Eduardo y los hermanos Lucas y Teo entraron a la habitación, «allí estaba Ian, en silencio pero sonriente aunque expectante, esperando la nota. Nos fuimos, nos pidió que lo dejáramos solo y pasó un rato, que para nosotros fue infinito y volvimos a abrir tu puerta de su cuarto. Ahí sí lo vimos con toda la cara emocionada y le preguntamos si ya era ingeniero y nos miró, y con una satisfacción inmensa nos dijo sí con la cabeza… Nos abrazamos todos como si fuera el gol de un campeonato largamente anhelado y lloramos todos juntos».
«Iancho», como lo llamaba su círculo más cercano. Aquí, en agosto de 2021, cuando ya había rendido todas las materias y sólo faltaba la tesis.«Soy ingeniero, me recibí, me pusieron un 9», expresó con una alegría contagiosa después de digerir la mejor de las noticias. «Luego de semejante esfuerzo físico e intelectual, Ian durmió dos días seguidos», hace saber Melina. Pasaron las semanas y las últimas fuerzas las había invertido para el objetivo de su vida. «Se fue apagando de a poco». Eduardo y Melina decidieron no internarlo más, lo querían en casa, más allá de que un médico alemán aceptó tratarlo e intervenirlo en Europa. «Es una locura, ya está, hicimos todo», aportaron y se impusieron los hermanos de Ian. El 4 de agosto de ese año, en su pieza de la casa familiar en Los Polvorines, emitió su último suspiro. Tenía 26 años.
El homenaje de la UBA
Meses después de su muerte, Eduardo y Teo Epstein -padre e hijo-, tras indagar en el «operativo gestión del diploma», consiguieron ubicar al decano de la carrera, el ingeniero Alejandro Martínez, a quien le contaron la historia de Ian y le hicieron saber la necesidad y urgencia familiar de poder contar con el título oficial «por el que tanto había luchado nuestro hijo». Sacudido y conmovido por lo se estaba desayunando, Martínez habló con el Consejo Directivo para acelerar el papelerío. Se hizo un acto íntimo en el invierno del año pasado y la familia y el círculo más cercano de Ian pudo hacerse del ansiado trofeo.
Fines de 2023, Eduardo Epstein recibe un whatsapp de esos que movilizan. «Le hablamos de la UBA, ¿tendrían inconveniente si bautizamos un aula de la Facultad de Ingeniería con el nombre Ian Epstein?». Quien remitía era Lucas Macias, secretario académico de la facultad. «Lo hablamos con Melina, mi mujer, y nuestros hijos, y no lo dudamos. Por supuesto, sería un hermoso reconocimiento. Nosotros, como familia, somos muy UBA, todos nos recibimos allí, nuestras nueras incluidas».
Orgullo Epstein: la familia en la puerta del aula donde está la flamante placa que reza: «En reconocimiento a su pasión por la ingeniería y a su inquebrantable esfuerzo ante la adversidad».. Macias, secretario académico, le explicó a Clarín que «cuando el año pasado le entregamos, en esta casa de estudios, el diploma a la familia de Ian, yo lo acompañé a Eduardo a una de las aulas en las que su hijo había rendido uno de sus finales… Y ese día, el decano Alejandro Martínez me comentó lo importante que sería el poder nombrar un aula de la FIUBA con el nombre de Ian. Se lo hicimos saber al papá y a su familia, que se emocionaron con la noticia. Este año confeccionamos una placa y un banner que estará dentro del salón que explica quién fue Ian Epstein y el porqué el aula fue bautizada así».
Lucas Epstein, dedicándole unas palabras a su fallecido hermano Ian. Detrás, sus padres (der) y una foto de Ian y su diploma (izq). Foto: Marisol Rivera Finalmente el acto se realizó este viernes, pasadas las cinco de la tarde, en la FIUBA de Las Heras y Pueyrredón. Unas cien personas, entre familiares, amigos y ex compañeros, se hicieron presentes en el anfiteatro del segundo piso, donde Melina y Eduardo, los padres, hicieron llorar a todos los presentes con sentidas palabras recordando «a ese guerrero anónimo, austero y modesto, que siempre intentó pasar inadvertido». Entre los que estuvieron allí, hay que mencionar al ingeniero Raúl Bertero, vicedecano de la facultad. Luego el evento prosiguió en el primer piso, donde se descubrió la placa en el aula que quedará vinculada a uno de los alumnos más destacados que se recuerde.
Respirando hondo para no quebrarse, Epstein padre pronunció frente a un auditorio en el que no volaba una mosca: «Cuando un docente o un alumno esté agobiado por las preocupaciones de la vida misma, por las angustias que nos aquejan a lo largo de nuestra existencia, que la historia de Ian los ilumine, les ayude a poner las cosas en su lugar, a ponerlas en perspectiva y de esa manera vuelva a poner luz en su día. Y cuando el agobio y la desesperación estén provocadas por algo fuerte, fuerte de verdad, porque la tragedia es parte de la vida, que al conocer su historia no se sientan solos y que inspiren su dignidad y entereza para enfrentar lo que le tocó».
Un banner en una de las paredes del Aula 103 de la FIUBA explica quién fue y por qué está la fotografía de Ian Epstein.Y en otro pasaje de su conmovedor discurso, Epstein quiso agradecer a la UBA como institución «por haber recogido esta historia oculta y traerla a la superficie y darle visibilidad. En el medio del caos del mundo, de la región, del país, de la universidad, guardarse un poco de tiempo para esto, es invalorable. La UBA ha sido para nuestra familia la Institución más importante de nuestras vidas. Y nunca me defraudó. Y este gesto amoroso hacia Ian y los que lo amamos prolonga su vida. No dejo de sentirme de alguna manera sorprendido de semejante acción».
Entre los concurrentes en el homenaje, también estuvo «el hada mágica», como bautizó Melina Huerin a Agustina Davico (28), amiga especial de Ian, quien después de haber aprobado la tesis en junio de 2022 «se guardó socialmente». No quería ver a nadie más allá de su familia. A Teo, hermano de Ian, le llegó un mensaje de Agustina, preocupada porque sus mensajes no eran leídos ni respondidos. «Teo le preguntó a Ian por Agus y él respondió que a ella sí quería verla, entonces Teo la ubicó y la invitó a casa para que pasaran un rato juntos», desliza Melina. Agustina visitó a su amigo los primeros días de julio.
Agustina Davico, la amiga de Ian que no se apartó de su lado durante el último mes de su vida.«A Ian lo volví a ver después de muchos meses y su enfermedad había avanzado, pero mi vínculo con él no se modificó por su condición. En ese tiempo Ian ya no hablaba, no podía ver, ni tampoco caminar. Sin embargo, el primer día que nos vimos estuvimos toda una tarde comunicándonos como podíamos, a través de una pizarra, matándonos de risa, y me gustaba mucho estar al lado suyo y que me haya permitido estar junto a él. Yo sabía que no quería ver a sus amigos, pero sin embargo accedió a verme y fui muy afortunada. Me dijo que yo era distinta y me hizo sentir única en el universo».
La posibilidad de un amor imposible. Compañeros de facultad, Agustina pudo acompañar a Ian en el último mes de su vida.Ingeniera civil, Agustina le revela a Clarín que «siempre me gustó Ian y siempre me gustó compartir tiempo con él… Me encantaba hacerle compañía pero también a mí me hacía muy bien. Durante el mes que estuve a su lado, puedo decir que cada día fue hermoso, aún sabiendo que eran los últimos. Pese al trasfondo trágico, cuando estábamos juntos había un clima de alegría y risas, porque él me jodía, yo lo jodía a él… Se generó un ida y vuelta maravilloso. Con los padres advertíamos que la cara se le iluminaba, estaba contento y yo, no puedo negarlo, sentía maripositas en la panza. Hoy, en retrospectiva, no dimensioné lo inminente que era su partida. Sabía de su delicadísima situación, pero igual yo estaba viviendo el comienzo de un amor que había sido imposible por mucho tiempo».
Agosto de 2018. Cuando a Ian Epstein lo autorizaron para jugar al rugby en el equipo universitario de FIUBA.Pasadas las seis de la tarde del viernes concluyó el homenaje a Ian Epstein. Su familia, como siempre, unida y abrazada, esa fórmula eficaz que hizo posible que Ian tuviera una sobrevida inesperada y le hiciera un corte de mangas a la estadística del glioblastoma. «Yo creo que lo que pasamos solo fue posible porque estábamos juntos. Batallando como un ejército, con Ian adelante y nosotros todos sosteniendo. Siempre juntos. Ahora y antes, como cuando entraba a cada resonancia magnética y nos encontrábamos en el subsuelo de Fleni… y lo llamaban a mi hijo y ahí nos manteníamos abrazados hasta que salía, cábala que nunca dejamos de practicar. Ya está, misión cumplida, guerrero luminoso», bajan el telón Melina y Eduardo.
SC