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31 octubre, 2024

Resurgen los Baños de Popea: «Llevo tiempo sin ver esto así»

«Llevo años sin ver esto así», dice uno de los dos adultos que, junto a dos menores, esperan en la orilla al perro. El animal nada ágil con un palo entre los dientes a través de las mansas aguas del Guadiato. Los hombres se remontan con nostalgia a su niñez en el enclave y, tras echar una mirada profundamente emocional de lado a lado, se hace un silencio que deja paso al rumor del agua: los saltos y el caudal de los arroyos forman una orquesta que da la bienvenida a la vida. Un poco más arriba, la cascada de los Baños de Popea lleva, esplendorosa, la voz cantante.

Se acerca la media mañana y, por el sendero que conduce de Santa María de Trassierra a uno de los más preciados tesoros que la sierra de Córdoba guarda, senderistas, ciclistas, parejas y familias enteras bajan caminando en busca de las mejores vistas. «¿Sabéis cómo se llega a los Baños de Popea? ¿Todo recto? Llevo años sin venir y no lo recuerdo bien», pregunta una madre de familia. Este enclave natural ha renacido tras las últimas lluvias de Semana Santa, que han llenado de vida aquel rincón de la sierra.

Las personas se mezclan entre los animales que habitan el rico ecosistema al norte de la capital y se adentran en un vergel de jaras y pinos que Córdoba ansiaba volver a disfrutar. Porque los Baños de Popea vuelven a ser un paraíso terrenal, un edén. Y los poetas que bautizaron en honor a la emperatriz romana aquel refugio natural no diferirían en esa apreciación.

El infierno de la sequía

El estío y la sequía habían condenado al infierno a un lugar paradisíaco. Fue en verano del año pasado cuando se vio la cara más desoladora de los Baños de Popea. El verde se sumió en un paisaje de tierra seca y piedra. El agua no fluía y el silencio de los arroyos era pesado. La escasez redujo este enclave a un charco sucio y estancado. En los alrededores, los pinos caídos y las ramas destartaladas por el suelo agigantaban la triste imagen de aquel lugar que tan maravillosos momentos ha ofrecido a los cordobeses.

En el último periodo estival, este rincón natural vio intensificado lo que venía sucediendo desde cuatro o cinco años antes, como los ecologistas consultados explicaron a Diario CÓRDOBA en su momento. Expertos como Pepe Larios, presidente de la fundación Transición Verde o Pancho Gamero, presidente de la plataforma A desalambrar apuntaban a las mismas causas: cambio climático y urbanizaciones. Y pedían, por entonces, que se controlara la extracción de recursos limitando el consumo de agua o cerrando los pozos ilegales que pudieran existir.

La falta de agua era más que evidente y había privado a los cordobeses de un entorno único. Pero, sobre todo, había arrancado a los Baños de Popea su esencia, amenazando la biodiversidad que compone aquel paraíso en la tierra. Las lluvias que llegaron meses después de poco sirvieron. A finales de enero de este mismo año, los cordobeses no dejaron de acercarse hasta allí para comprobar si las precipitaciones habían devuelto a aquel paisaje lo que le correspondía. No había rastro. Faltaban, por entonces, muchas más para revertir la situación.

La resurrección

No ha sido hasta estas últimas semanas cuando ha podido verse el resurgir más esperado del agua. El Domingo de Resurrección, corría salvaje, arrastrando a su paso el polvo, la tierra, la hojarasca que había ocupado su cauce. El salto de agua más emblemático era una compuerta de agua turbia que impresionaba por la fuerza que adquiría en su circulación. Y, en esos momentos, cuando llevaba una semana lloviendo sin parar, quienes frecuentan aquellos caminos temían, incluso, que fuera a desbordarse, como han precisado a este periódico.

Tras ese primer arrebato, que cortó de raíz cualquier rastro de tiempos peores, la calma volvió a ser el estado natural de este enclave único. Después de las tormentas de hace unas semanas, la sierra de Córdoba ha vuelto a contar, al fin, con un remanso de agua cristalina a pocos kilómetros de la ciudad. Y tan esperado era este momento que los cordobeses no han tardado en disfrutarlo. Compartiéndolo, como lo mejor en la vida, con los suyos.

Reencuentro con la belleza

Colgadas las mochilas a las espaldas y aprovechando las plácidas temperaturas primaverales, los padres muestran a los hijos las maravillas de la tierra, de su tierra. Ante nuestros ojos, el emotivo momento en el que los niños heredan de sus progenitores los tesoros que a ellos le fueron dados a conocer y por los que tan buenos momentos atesoran. «Cuando éramos niños, veníamos aquí, nos metíamos en la cueva, saltábamos al agua con una cuerda que se colgaba en esa rama», cuenta un padre de familia.

Todos coinciden en lo mismo: «Que bien nos ha venido esta agua». Es una frase más que obvia, pero que viene a poner en valor la importancia de un recurso indispensable y la preocupación existente por la sequía. Sale de uno de los senderistas que transita por la sierra, pero se repite en cada viandante que camina hacia los Baños de Popea. Sobre estos, tiene claro que llevaba «mucho tiempo sin verlos tan bien». Es decir, tan cargados de agua.

Los ciclistas se paran, dejan las bicicletas a un lado de los senderos y se asoman a los saltos. El agua cae a buen ritmo. Todos se llevan inmortalizado aquel bello paisaje, como si ya temiesen que la sequía vuelva para arrebatarles esa belleza.

En los caminos que llevan al edén, las personas se cruzan, intercambian buenos deseos de que sea un día fantástico, se ayudan, se aconsejan sobre qué camino tomar y cuáles están en un peor estado -pues el crecimiento de las plantas ha ocultado algunos de esos caminos- y comparten apreciaciones sobre el estado actual del lugar. Un sentimiento de comunidad resurge y los Baños de Popea, por fin, vuelven a llenarse de vida.

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