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29 octubre, 2024

Luciano Lamberti, Premio Clarín: el escritor que exploró sus miedos para narrar el infierno de un pueblo

La espeluznante “Para hechizar a un cazador”, que ya está en librerías, cruza el género de terror con la última dictadura militar. El autor aseguró que si se viene la película, él quiere escribir el guion.

Mariana Mactas

07 de julio 2024, 05:23hs

Luciano Lamberti ganó el premio Clarín Novela 2023 con

Luciano Lamberti ganó el premio Clarín Novela 2023 con «Para hechizar un cazador». (Foto: Penguin Random House).

“Lectores, abran este libro con precaución porque, como muchos grandes libros, no es lo que parece”. Así advirtió Ana María Shúa, una de las jurados del último Premio Clarín de Novela. Hablaba de Para hechizar a un cazador, la espeluznante novela de Luciano Lamberti, que ya está en librerías. Una de terror que se lee de un tirón y sí, en alerta constante.

El libro, que se inscribe en la trama que une al género con las ficciones sobre terrorismo de Estado, cuenta la historia de un joven de clase alta de un pueblo cordobés que pasa a militar en Montoneros y es asesinado. Su hija nacida en cautiverio, Julia, descubre (o es descubierta) su verdadera identidad años después. No conviene contar mucho más de una trama en la que lo siniestro dialoga con la tortura, el secuestro y la violencia de los militares que estuvieron en el poder. Como una materialización de los efectos de la dictadura: caminar entre fantasmas, sobre cadáveres que no fueron hallados.

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El terror y el fantástico tienen una larga tradición en la literatura argentina, aunque ahora hay un auge, con el éxito global de Mariana Enriquez a la cabeza. Pero Lamberti lleva muchos años trabajándolo con dedicación. Oriundo de San Francisco, Córdoba, es autor, entre otras cosas, de las novelas La maestra rural, La masacre de Kruguer, Los Abetos, y los libros de cuentos El asesino de chanchos, El loro que podía adivinar el futuro y La casa de los eucaliptos.

Luciano Lamberti, Premio Clarín: el escritor que exploró sus miedos para narrar el infierno de un pueblo

—¿Te pusiste a escribir con la idea una historia de la represión como terror?

—En realidad, quería escribir una novela que realmente dé miedo. Entonces me puse a hurgar en los propios y descubrí que el mayor de ellos es el miedo a que le pase algo a mis hijos. Pensé en ejemplos literarios y llegué al, para mí, mejor cuento de terror de la historia, que es La pata de mono, de Jacobs, y su reescritura Cementerio de animales, de Stephen King. Así nació la historia, aunque como siempre en mis novelas fue haciéndose más compleja. La dictadura apareció después. Y sí, hay símbolos, en principio inconscientes, pero que con el trabajo fui entendiendo, que pretenden problematizar el tema.

—Imaginaste, en esa línea, ¿qué podía ser provocador u ofensivo para algunos lectores? Que te acusaran de cierta forma de exploitation, o de jugar con ideas fuera de lo establecido sobre víctimas y victimarios. Tus personajes son víctimas que se corren de la denuncia pacífica.

—Mis personajes se mueven motivados por la desesperación, lo que a veces los lleva a hacer actos moralmente reprobables. Pero son personajes en una historia de ficción. Las víctimas que conocí y leyeron el libro, lo entendieron. Una de ellas, en la presentación de Córdoba, una mujer mayor, me agarró la mano, se largó a llorar y me agradeció por el final de la novela. Con eso me doy por satisfecho, por más que la novela sea provocativa y perturbadora.

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—¿Cuáles son tus referencias como lector en cine y literatura? ¿Qué autores y cuáles libros te dieron miedo en serio?

—Una cabeza llena de fantasmas, de Paul Tremblay, o los cuentos de Brian Evenson. Hay toda una línea, la de la productora A24 Films, digamos, de cine artístico de terror, que me gusta mucho. Fuera de eso, la película Speak no evil me perturbó bastante. Pero estoy viendo las películas de clase B de terror de los años 50 y 60, que me parecen alucinantes y muy bien escritas.

Pero miro de todo, no me limito solo al terror. De Argentina, Cuando acecha la maldad me pareció una gran película, bien argentina y potente, y también me había gustado mucho Aterrados. En Argentina, no hay una gran tradición de cine fantástico, probablemente por una cuestión de presupuesto, pero celebro que se haga cine con lo que se pueda. Las limitaciones pueden ser una riqueza también.

—¿Habrá una adaptación al cine de Para hechizar a un cazador? ¡Debería!

—¡Ojalá! En ese caso, me gustaría escribir el guion.

—¿Cuánto dirías que aportó el universo en el que creciste, San Francisco, Córdoba, en la endogamia de tu historia?

—San Francisco, la pequeña ciudad donde nací, podía recorrerse en bicicleta. Hacías dos cuadras y ya estabas en el campo. Está en todo lo que escribo, por lo menos hasta ahora, porque es el lugar de mi infancia, y la infancia es la patria de los escritores (creo que eso lo dijo García Márquez). Me gusta el paisaje del interior y cuando se activa mi tercer ojo de escritor es el paisaje que termino viendo tarde o temprano.

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—En alguna ficción de Stephen King hay grupos que pactaron con el mal y alimentan el contrato con sacrificios recurrentes. En tu novela es un matrimonio “bien”. ¿Hay algo medio siniestro imaginable en esos portadores de poder y de apellidos importantes de provincias? ¿Es un apunte sobre ordenamientos de clase?

—Me interesaba el origen católico de Montoneros, y el origen pudiente de alguien que termina tomando la opción por los pobres. Ahora hay un renacimiento de cierto cristianismo, y no es casual: en los 90, con el liberalismo menemista, fui testigo de ese renacimiento también. Los gobiernos liberales generan católicos de izquierda, que piensan en el prójimo, en lo colectivo, en el otro, frente a discursos individualistas para los que lo que importa es nada más que el dinero.

—Sobre la estructura “coral”, leí que primero escribiste uno de los capítulos finales, ¿cómo concebiste y por qué esa arquitectura de relato en distintas primeras personas?

—Me pasó lo de siempre: fui entendiendo la historia a medida que la escribía, y eso implicó contarla de a pedazos, con capítulos que funcionan casi de manera autónoma. No es raro. Las obras fundantes del fantástico (Frankestein, Drácula, Doctor Jeckyll y Míster Hyde) son epistolares, o se sirven de distintos recursos para contar aquello que es imposible mostrar directamente. En el centro del fantástico persiste la ambigüedad en la manera de narrar, distinta a la del realismo.

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—Llevamos semanas con el caso Loan, y algunas de las muchas hipótesis señalaron cuestiones rituales de cierto sincretismo religioso. Una especie de novela de terror en tiempo real, con la fascinación que confirma la atención del público, ¿se puede leer así?

—Mientras escribía la novela pensaba en los desaparecidos en democracia, la gente que sencillamente deja de estar y no sabe más de ella durante años. ¿Dónde van todas esas personas? Es escalofriante. El libro que más me aterró es una crónica que se llama La misa del diablo, de Miguel Prenz, que narra la muerte de un chico a manos de satanistas en Corrientes, y que este caso trae de nuevo a colación (N. de la R.: se trata de la crónica sobre el caso de Ramón González, “Ramoncito”). No es el primero ni será el último, lamentablemente. Todo el tiempo desaparecen personas en la Argentina.

—¿Por qué te dedicas al terror? ¿Cómo te hace sentir esta moda actual sobre ese género?

—Porque me gusta. Lo hice cuando no estaba de moda y lo haré cuando deja de estar de moda. Tampoco escribo exclusivamente terror. En la Argentina, se escribe de todo. La moda dicta donde mirar, nada más.

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—También se puede afirmar que escribir está de moda. La proliferación de talleres y los grandes sellos firmando contratos con influencers o celebridades sobre lo que sea. Parece que ser escritor sigue dando prestigio, aunque leamos el celular.

—La gente tiene una idea romántica de lo que significa ser escritor. Cree que escribir es redactar un primer borrador, nada más, cuando en realidad el primer borrador es un punto de partida para escribir. Si supiera todo lo que cuesta escribir un libro digno, todo el trabajo, la soledad, el tiempo, y la poca recompensa que se obtiene con eso, dejaría de intentarlo si no tiene el verdadero fuego adentro.

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